Pues bien, después de casi un año de estar en ausencia, aparezco nuevamente para confirmarles que por mucho que algunos quisieran que no regresara jamás pues no se les va a dar el gusto. Aquí sigo vivito y coleando.
La situación del año pasado fue crítica. Después de muchos dimes y diretes en la batalla campal que se desató por el resultado de las elecciones presidenciales, debo decir que hubo muchas “bajas” en mi lista de “amigos”. Algunos me hicieron el favor de irse por su cuenta, otros creyeron que no estaba al tanto de lo que decían a mis espaldas (¿verdad Dan? No sólo eres un hipócrita hijo de Carmen Salinas sino que además eres un cobarde, pero en fin, ya tus actuales amigos sabrán porqué siguen confiando en ti…) y uno decidió extrapolar la bronca a cosas que pasaron más de 13 años antes para sacar sus frustraciones y por eso le tuve que dar “cuello”. No necesito gente así en mi vida. Hay quienes no se han ido por voluntad propia y piensan que no me doy cuenta de lo que realmente deben pensar de mí, pero la verdad, me importa muy poco y trato de ignorarlos lo más que se pueda.
Después de un periodo de relativa calma, los calores se han vuelto a sentir gracias a acciones de gente que no puede evitar estar en los reflectores. No pueden dejar de pegar su cara por todos lados cual perro oliendo los traseros de otros de su especie para “dirigir” un movimiento tonto cuyo único objetivo es seguir desestabilizando al país y hacerle la vida de cuadritos al gobierno actual. Pero bueno, aunque esto no es el principal objeto de discusión de este artículo, el tema si trata de explicar una de las causales por las que personas con mentalidad de manada siguen a orangutanes como esos, y ese tema es precisamente la educación.
Ya hemos hablado de esta cuestión antes, y aunque la máxima culpable de esa situación ya está tras las rejas (casi es un hotel de lujo pero al menos está bien encerradita), todavía quedan algunos haraganes buenos para nada (al menos nada productivo) que no dejan de soltar el hueso que ya está más roído que la reputación del actual jefe de “desgobierno” del D.F., Miguel Ángel Mancera, y que hacen hasta lo imposible para mantenerse en esa posición. Algunos débiles mentales dirán que están peleando contra las “injusticias” del gobierno, entre otras tantas tarugadas que repiten como disco rayado, pero se me hace más injusto que disfruten de tantos privilegios que ni siquiera un cuarto de la población económicamente activa disfruta.
Si fuera una persona mediocre por supuesto que me gustaría que me pagaran sin trabajar, que me tuvieran que llevar mi bono por productividad (a pesar de haber dejado a 2 millones de niños sin clases que les hacen mucha falta por su bajo nivel de aprovechamiento a nivel nacional) y dármelo en la manita esté donde esté, aunque me encuentre en plantón “VIP” en otro estado de la República. Si yo fuera una persona sin integridad moral, por supuesto que me gustaría “heredarle” a mi descarada descendencia mi plaza laboral para que siguieran aumentando la mediocridad y la miseria en los resultados que producen. Y claro, si fuera un hijo de la rechingada madre (disculpen el francés) que no conoce la vergüenza ni la sensatez, por supuesto que culparía al gobierno hasta de porqué el cielo es gris en épocas de lluvia porque nada más ya no encuentro qué otra cosa adjudicarles sin fijarme que más del 80% de los problemas son causados por la persona que veo en el espejo todos los días. Pero no, yo no soy nada de eso. No tengo el estómago para ser así de lacra y sanguijuela.
Hoy en el desayuno estuve discutiendo la situación con mi padre y surgió la pregunta, “¿por qué la gente es así?”. Como le comenté, yo soy programador y trabajo con la lógica todo el tiempo, y en verdad, en ningún lado logro averiguar qué clase de lógica, si es que la hay, siguen estos esperpentos humanos. Finalmente, recordando viejos tiempos preparatorianos en la clase precisamente de Lógica, surgió la respuesta y se trata de un círculo vicioso: ¿Cómo abogar por la educación cuando ésta no existe? Los que ahora marchan en las calles y que se dicen luchar por ella definitivamente no la conocen, pues al parecer no la recibieron del único lugar donde la educación vale la pena y sirve para toda la vida: el hogar.
En los principios de la existencia humana, el único conocimiento que se obtenía era aquel que nuestros padres nos daban: cómo cazar o cultivar para comer, cómo protegerse del frío, porqué hay que hacer las necesidades fisiológicas fuera de la casa y el cómo se le hace para evitar la extinción de la especie (después con la religión este último paso se sustituyó por la cigüeña o la historia de las abejitas y las hormiguitas pero de eso hablaremos más adelante). Posteriormente el hombre comenzó a desarrollar ciertas habilidades que, si se quería que se mantuvieran vigentes en la posteridad, se le tenía que empezar a enseñar a los más jóvenes para que no se perdieran y así siguiera el imperio de la raza humana sobre todas las demás, y fue así como surgieron los talleres de oficios que eventualmente dieron lugar a las escuelas.
El papel primordial de las escuelas era el de enseñar habilidades, posteriormente se integró la cultura, las artes y el civismo para complementar mejor lo que venía de los padres y así formar mejores individuos, pero en algún momento se le dio más énfasis a lo que se aprendía en la escuela que a lo que se aprendía en la casa y poco a poco fue degenerando en la situación que vivimos actualmente donde los padres poco o nada se preocupan por inculcarles valores y modales a sus hijos y esperan que los maestros de la escuela (o en el mejor de los casos: el cura de la Iglesia) lo hagan por ellos. Y si los maestros son como los pelafustanes que vemos en las calles gritando vulgaridades, “chiflándole” a los medios de comunicación cada vez que entrevistan a alguien que se muestra en desacuerdo con lo que dicen o hacen, rompiendo e incendiando bienes ajenos y un largo etcétera pues yo creo que podemos dar por perdidas a las generaciones futuras.
Bien decía Pitágoras: “Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres”. En estas fechas debe estar revolcándose en su tumba el pobre. Ahora los padres creen que el Internet, el iPhone o el inútil que ven al frente del salón todos los días (si es que ese inútil no anda de revoltoso en algún plantón) son suficientes para que sus hijos sean gente de bien y productiva que en verdad van a sacar adelante al país, pero lo único que están creando y criando son seres que pocas oportunidades de desarrollo y crecimiento van a tener a menos que se dediquen a la informalidad o de plano a la ilegalidad, entre otras consecuencias de las que hablaremos en otra entrega posterior.
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